Friday, April 20, 2012
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Un endemoniado descendiente del Apóstol San Pedro -el que sentó la piedra de
la Iglesia católica y cristiana en Roma- conocido como el Papa Alejandro VI, se
destacó en el Siglo XVI por ser mecenas y protector del paganismo en medio de
las bacanales mas putas que en todo tiempo se han armado en el Vaticano. Tan
corrupto Vicediós fue quien tuvo en gracia bautizar a Fernando de Aragón y a
Isabel de Castilla para eterna memoria con el epíteto de Reyes Católicos,
mientras sus súbditos los seguían llamando con sumo respeto, venias y besuqueos,
Sacra Católica Cristiana Majestad. Fueron estos Reyes Católicos los que sentados
en sus tronos atendieron a un pintor de portulanos, es decir de planos
terrestres, principalmente de puertos, que decía llamarse Cristóbal Colón, quien
palanqueado por los frailes del monasterio onubense de la Rábida encabezados por
Juan Pérez, con la lengua les pintó a los Soberanos, soberanos pajaritos en el
aire que se los metió por los ojos con los mapas geográficos que llevaba bajo el
brazo. Luego de larga cháchara de los reyes con curas, banqueros, científicos y
astrólogos -a los cuales no les olió bien el culebreromenjurje de llegar a las
codiciadas especias y de paso a mil cositas más por el trasero de las Indias
Orientales- decidieron tirar a cara y sellazo el sórdido trato de dar
contentillo empingorotando al tal Colón como Almirante de la Mar Océana, Virrey
y Gobernador de cuanta tierra encontrara aventurando por los mares y firmaron
sonrientes y alegres el contrato. En el trato el serrucho sonó magistral como en
gran concierto de esos que en los modernos tiempos rumban en los gobiernos a
todos los niveles con desarrollada eufonía y en los viejos también zumbaban y
para acallarlo no valió ni que se pararan de cabeza las lumbreras asesoras de
las graciosas majestades, que creían que el tal Cristóbal Colón estaba tocado de
la mollera; tan pendejos, cuando quienes bien lo conocían –que no eran muchos-
sabían que era buen pintor de portulanos sobre tierra y lobo de mar resuelto a
no perder ni un carajo en el océano. Aun estando pifiado como estaba -creyendo
que daría con las especias del oriente asiático- Colón sabía que coronando su
negocio, importaba un soberano pito si lo que topaba sobre el agua no era el
Catay, el Cipango o el Gran Khan, pues quedaba encasquetado Almirante de la Mar
Océana, fajado de talegadas de oro con la décima parte del producto del pillaje
más las deliciosas cosotas contorneadas que poblaban aquellas tierras, porque el
resto de la bolsa: el tesoro y los dominios, acordaron que serían para los Reyes
Católicos por el espaldarazo que le daban. Algo parecido hizo en años recientes
un gringo que sin saber pintar ni mapas, acordó con los Estados Unidos de
América que las islas, islotes, rocas y cayos que asomaran en el mar donde él
hallara guano, quedaban gringas y habiéndole echado el ojo a unas colombianas,
de una las piratearon, nos las robaron, alzaron sobre ellas un faro con
concretos del gobierno de los USA y ahora es comarca del Imperio gringo –así
cualquier patriota colombiano se irrite y puje- aunque por sandunguera licencia,
el faro cercano a San Andrés y Providencia lo maneje el gobierno de Colombia sin
tener derecho ni siquiera a decir pío, es decir, ni a alegar la más ínfima
posesión y los héroes que nos gobiernan, no dicen ni hacen nada por defender las
inhóspitas rocas de la patria que salen del mar… Esa melosa luna de ensueño de
Cristóbal Colón fue irrisoria, pues luego de coronado el cuento, por acción de
un miserable Comendador de la Orden de Calatrava Frey Francisco de Bobadilla
-que no el Fraile de igual nombre, porque este de cura no tenía ni los talones-
los reyes católicos le hicieron pistola al Descubridor Colón y se quedaron con
la teta –o sea, con las ricas tierras descubiertas- y así, despechado y triste,
desconocida su autoridad y privilegios, el 20 de mayo de 1506 -año y medio
después de retornar de Martinica y las Antillas Menores sin encontrar las
especias que buscaba-, afectado por gota, desesperado por el vehemente dolor y
la hinchazón debida a la acumulación de cristales de ácido úrico en las
articulaciones de sus extremidades, murió en Valladolid en la Hospedería del
Convento de San Francisco o en una casa que existió cerca a la iglesia de La
Magdalena, en terreno en el que el Ayuntamiento levantó en 1968 un edificio de
estilo gótico-isabelino, reinstalando allí centenario busto con su placa que
dice: “Aquí murió Colón”. En su testamento había ordenado ser sepultado en la
isla de La Española. Tres años después, sus restos fueron llevados a Sevilla, a
la cartujana iglesia Santa María de las Cuevas y en 1537 partieron para Santo
Domingo y quedaron en su Catedral… Pero al ceder España la isla a Francia en
1795, se llevó los huesos a La Habana, hasta que por guerra conocida España
también perdió a Cuba gracias a Carlos Manuel Céspedes y a José Martí… Por eso,
en 1898 sus huesos embarcados retornaron a la Península. Y en medio de este
entierre y desentierre, traiga aquí y lleve allá, apareció en la Catedral de
Santo Domingo otra urna que dicen es de plomo con 13 huesos grandes, 28 pequeños
y una bala de plomo de una onza y con inscripción que no deja dudas pues parece
que hasta su nombre trae, acrecentando a los misterios del Almirante Colón el de
su verdadero enterramiento. Y sin dolor alguno, su prole y descendencia sin
tener que moler ni jota, quedó con escudo de armas con castillo de oro pintado
con león de púrpura, islas doradas sobre azulosas aguas y banda de azur en campo
de oro y jefe de gules; y para que no fuera tan pingüe la fortuna destrozada por
la envidia y la malicia que existió contra el pintor de portulanos engrandecido
como Almirante de la Mar Océana, la nadita de los Pleitos Colombinos y de
bananita los títulos reales de Duque de Veragua, Marqués de la Jamaica, Duque de
la Vega de la Isla de Santo Domingo y pare de contar, esgrimidos hoy por los
hijos de otro Cristóbal Colón, apellidados Colón de Carvajal Maroto Pérez del
Pulgar y Gorosabel Ramírez de Haro, para que no quede duda. Por otra parte, del
trato de Sacra Católica Cristiana Majestad del que como quedó dicho disfrutaron
los Reyes Católicos, también gozó el fruto del tercer parto de estos monarcas,
una mujer muy instruida, de rostro que marcó alienación en cada calendario y se
acentuó gravemente con el paso de los años, por lo que la historia la presenta
como la Loca de Castilla y de Aragón y a su consorte como el Hermoso de
Castilla, que a más de monarca solo le cabía ser vecino de ese reino, pues era
un flamenco, vástago de la austriaca y poderosa Casa de Habsburgo, amos del
Sacro Imperio Romano Germánico.